Whiplash: ¿Cuál es el sublime precio de la grandeza?
¿El fin justifica los medios? Dependiendo de a quién se le pregunte, responderá afirmativa o negativamente, matices al margen. ¿Y si el fin fuera la gloria, la grandeza, el tan ansiado éxito, trascender, cumplir los sueños y exprimir al máximo nuestro potencial? Si los medios se tratasen de superar cualquier barrera imaginable que limite nuestro crecimiento para obtener aquello deseado… ¿Seguirías dudando entre el sí y no? Probablemente, la respuesta dependerá de qué tanto lo quieres y hasta dónde estás dispuesto a llegar para conseguirlo.
Whiplash (Damien Chazelle, 2014) es una película dramática que, a su manera, explora esta tesitura. La historia sigue a Andrew Neiman (Miles Teller), un joven baterista cuyo infinito deseo por ser un grande del jazz lo sitúa como miembro de la orquesta elitista dirigida por el temido y abusivo Terence Fletcher (J.K. Simmons). A través de sus intensas metodologías para enseñar, Fletcher le demuestra a Andrew que la pasión, el éxito y la gloria están cortados bajo el mismo patrón.
El director Damien Chazelle –que también escribió el guion- plantea una historia cuyo mensaje comunicacional se basa en la percepción que se tiene sobre la grandeza y lo hace mediante numerosos elementos. La mejor forma de transmitir un mensaje en el cine, siempre será haciendo uso del nexo entre la audiencia y el director: los personajes. Por un lado, está Jim, el padre de Andrew, de quien se explica que no tuvo demasiado éxito en su carrera como escritor y derivó en un profesor de literatura, algo que su hijo tiene presente. Por su parte, se da a entender que Andrew, considera que la única forma de éxito es la que marcaron las leyendas del jazz. Personajes secundarios como Nicole (novia del protagonista), que no tiene metas claras ni una concepción de la gloria tan ambiciosa como Neiman, solo enaltecen la intención de la película al añadir más capas de matices que contrastan con los principales.
Luego está Fletcher. El director reputado pero abusivo de la orquesta cree firmemente que la única vía a la gloria es la que ya está transitada. Citando varias veces en la cinta la historia de Charlie “Bird” Parker y cómo este se convirtió en un mito del jazz luego de que otro músico le arrojara un platillo a la cabeza que pudo haberlo matado; Terence actúa como si esa fuera la forma correcta: llevar todo al extremo más absoluto imaginable. No por nada suya es la frase “No hay dos palabras más dañinas en nuestro idioma que buen trabajo”, que deja muy claro su forma de concebir la educación. Si a esto se le suma que Andrew también ve en Parker a un ídolo, la mesa está servida para que Fletcher emplee libremente su metodología en él. La película enseña cómo perseguir los sueños puede volverse algo peligroso cuando se vuelve una enfermiza obsesión. Pero Whiplash no solamente lo dice: lo muestra y demuestra.
Escenas como la cena familiar vienen a plasmar que detrás de todo esto siempre hay un poco de ego tan característico del ser humano. Ser mejor que otros, callar bocas o demostrar que alguien no tiene razón; son todas motivaciones que probablemente todos en algún punto de nuestras vidas hayamos sentido, y Chazelle lo sabe. Otros momentos como el fatal desenlace del exalumno de Fletcher a causa de la ansiedad, o cuando Andrew enfurece porque tiene competencia en su puesto –a pesar de que él también estuvo del otro lado del tablero- o cómo abandona su relación con Nicole para sumergirse aún más en los sonidos de la batería que van acabando con él tras cada golpeo (física y psicológicamente), plasman las consecuencias de no reconocer la delgada línea que separa a la pasión de la obsesión. Aunque para que exista una, debe haber un poco de la otra. Y para que el gran público conecte profundamente con la historia, es indispensable que otros elementos también funcionen coralmente, como una orquesta dirigida por Fletcher.
La obsesión es psicológica y física
Cuando una idea es ejecutada magistralmente
Whiplash sería una película diferente si los aspectos técnicos que la hacen grande, fallasen. La dirección de Damien Chazelle logran transmitir la misma ansiedad que siente Andrew cuando las gotas de sudor se mezclan con sangre al percutir la batería, los planos cerrados que siguen el tenso juego de miradas entre Nieman y Fletcher, o la inestabilidad de la cámara en los momentos donde Andrew se encuentra fuera de sí; son elementos que enaltecen y componen el filme. Sin lugar a dudas la estética visual de cada toma es uno de los mayores puntos fuertes del film y solo pueden ser fruto de un equipo que, como los personajes, se dedicó en cuerpo y alma a esta producción.
Estéticamente, el manejo de la paleta de colores en Whiplash es un elemento a destacar. A lo largo de la película, predominan principalmente los tonos amarillos y el negro. No son los únicos, pero sí los que mejor proyectan según qué situaciones. Según la psicología del color, el amarillo evoca energía, calidez y optimismo, pero cuando son variaciones muy brillantes, se torna en ansiedad, miedo e irracionalidad.
Las escenas que transcurren en los escenarios y prácticas de la orquesta, así como en el café donde Andrew explica sus motivaciones a Nicole, son abrazadas por este tono amarillo brillante. Porque sí, Neiman encuentra en el jazz la calidez de su alma y su espacio seguro, pero también se transforma paulatinamente en su degradación personal, absorbiéndolo en una vorágine incesable de obsesión, reflejada fielmente en la contradicción del amarillo. Es la alegría de hacer música, pero también el motor de su autodestrucción, lo que contrasta perfectamente con la psicología del protagonista y los otros colores empleados. En este sentido, el negro también es importante.
El amarillo y el negro son los colores de Whiplash
El negro –entre otras connotaciones- suele asociarse con el poder, oscuridad y autoridad. En la película es el color que llena la solitaria habitación donde Andrew entrena al principio, donde él es el único elemento disruptivo, vestido del blanco que representa la inocencia y pureza de su amor por el jazz, sin saber en qué mundo estaba por adentrarse. Es allí donde conoce a Terence, quien irrumpe en pantalla vestido completamente de, precisamente, negro (y que mantendrá durante todo el metraje), marcando sutilmente la tónica de la relación entre ambos personajes. Es este el color que inunda la pantalla en la escena inmediatamente después de que Nieman y los otros bateristas ensayaran durante horas bajo la abusiva presión del director, (antes llena de amarillo). Es el negro que refleja la cruda realidad de dicha situación.
No es casualidad que, en la escena final de la obra, cuando Andrew decide romper el círculo de abusos de Fletcher, él esté vestido con la misma paleta de colores que su maestro. Ahora están en el mismo eslabón de dominancia, y como explícitamente se muestra en esos minutos finales con esas tomas cerradas, son capaces de mirarse a los ojos el uno al otro.
Whiplash: Música y Obsesión
En Latinoamérica se decidió agregar “Música y Obsesión” al nombre de la obra. Si es correcto o no alterar la concepción original de los títulos, es un tema aparte. Lo cierto es que la película de Damien Chazelle gira en torno a pasiones (música) y precios (obsesión) y los personajes encarnados por Miles Teller y J.K. Simmons –a la postre ganador del Óscar por el mismo-, representan perfectamente el extremo que limita con la gloria.
Al final, Whiplash viene a mostrar que el camino hacia los sueños no siempre es el más idílico. Puede ser crudo, cruel, demoledor e incluso puede acabar con la esencia de quien empezó a recorrer ese sendero. No siempre tiene porqué ser así, pero tampoco tiene porqué ser lo contrario. Conociendo el ejemplo de la historia de Andrew y Fletcher, vuelvo a la pregunta del inicio: ¿El fin justifica los medios si estás dispuesto a pagar el sublime precio de la grandeza?
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