Cine y Redes Sociales: Luces y Sombras de un romance caótico
Todos tenemos una serie de películas favoritas. De esas que nos hacen recordar que el cine es una manifestación del arte plasmado en una pantalla. Una que tiene el poder de evocar un sinfín de emociones en quien dedique aproximadamente dos horas en verlas. He ahí la cuestión. En la era de los videos inferiores a 1 minuto, esas mismas películas se han visto reducidas a poco menos que fragmentos de máximo 30 segundos con música de fondo, o extractos de audio para otros videos, por ejemplo. Este es un fenómeno que puede ser interpretado como una especie de “banalización del arte”.
Por la naturaleza de rápido consumo de los contenidos que dominan la esfera actual de internet (Instagram o TikTok, pero también X y sus limitaciones de caracteres), nuestra mente se ha acostumbrado a “devorar” el material, dejando a un lado la apreciación íntegra de la pieza original. No es que esto sea algo negativo completamente, pues da lugar a un modelo de entretenimiento diferente que se presume ideal para disfrutarlo en poco tiempo. Sin embargo, rara vez vemos un solo reel y cerramos Instagram; ahí nos quedamos incluso horas, el tiempo de duración de una cinta, por ejemplo. Este formato de videos está pensado para mantener al usuario enganchado a la pantalla, y vaya si lo logra (este servidor el primero en consumirlos). Ahora, ¿qué pasa cuando una película intenta por todos los medios, llevar esta premisa a la gran pantalla? Pues que deja de ser tal y se convierte en otra cosa.
Actualmente, abundan en las salas de cines –y plataformas de streaming- muchos largometrajes de cualquier género, cuyo objetivo primordial no es precisamente transmitir un mensaje o contar una historia; sino fabricar cuantos clips sea posible para inundar las redes de ellos, dando muchas veces la sensación de estar ante un cúmulo de escenas de 30 segundos unidos en 2 horas de metraje. No es esta una práctica criticable, ni mucho menos, porque también pueden lograr conectar de otra forma con el público, solo que efímeramente. Lo más probable es que el espectador vea la película en cuestión, publique o vea el contenido para internet resultante y pase a la siguiente. Desde luego, visto de esta perspectiva, no suena como algo alentador. No digo que la totalidad del cine contemporáneo sea como el ejemplo anterior, ni que estas sean obras abominables –muchas veces resultan en un entretenimiento eficaz-, pues cada persona juzga lo que ve según sus gustos particulares. Simplemente, se trata de una realidad derivada del auge de las redes sociales en la sociedad.
Cuando el cine busca adaptarse a un modelo de consumo como el descrito, se corre el riesgo de que en el proceso se pierda la parte más pura y artística. Que una cinta busque entretener no es algo nuevo, ha sido así desde siempre. Sin embargo; se convierte en un problema cuando el objetivo de dicho entretenimiento no sea complacer a la persona, sino más bien a un algoritmo, a una máquina, a un intangible que, paradójicamente, es capaz de moldear la percepción de un ser pensante. Ante situaciones como esta, muchos han caído en dar por bueno al peligroso dicho de todo tiempo pasado fue mejor, algo que la industria cinematográfica –y prácticamente todas- percibió.
Las trampas de la nostalgia
En un contexto donde existe cierta desilusión con las recientes producciones audiovisuales, muchos optan por revisitar lo que ya conocen, quizás anhelando que lo nuevo se asemeje a lo antiguo, posiblemente obviando que no todo lo anterior fue bueno, ni todo lo reciente es malo. El tema es que el cine ha atacado esa necesidad nostálgica, optando por reciclar (remakes) historias, continuar sagas populares hasta el infinito y más allá, o directamente hacer de nuevo la misma película adaptada a la nueva época (reboots) o a nuevos formatos (live actions de productos animados y viceversa). Los resultados de esta práctica son criticados a menudo, por los mismos motivos que propiciaron su génesis: lo repetitivo, el reciclaje, lo genérico, lo que carece de alma y parece estar hecho con el único objetivo de rentabilizar la ola de la nostalgia. Ola que, por cierto, es en buena medida fomentada por las redes sociales, que han sabido utilizar a su favor el pasado del cine.
Secuelas eternizadas y remakes de clásicos: el agotamiento de la nostalgia
Cuando internet enaltece el cine
La capacidad que tiene internet de redescubrir elementos del pasado está fuera de toda duda, así como la masiva exposición que ofrece. Aplicado a la cinematografía, esta es una invaluable virtud. No serán pocas las veces que mediante TikTok o Instagram, hayamos descubierto una película o serie gracias a que un clip de la misma o un video comentando sus bondades, picó nuestra curiosidad. Este es un factor clave que aprovecha los formatos dominantes que ofrece internet.
Películas olvidadas en su momento de estreno, pasan a convertirse en obras de culto gracias a la reivindicación obtenida de las redes sociales, otras gozan de una segunda juventud siendo acercadas a las nuevas generaciones y algunas directamente son descubiertas por el gran público. Como gran medio de visibilización, incluso, filmes lanzados hace más de medio siglo tienen la oportunidad de convertirse en tendencia (y ser susceptibles de recibir su respectivo remake o secuela tardía). Todo gracias a internet y su infinita memoria de la que nada (ni nadie) escapa.
Además de las citadas, plataformas como YouTube, permiten la posibilidad de publicar análisis más a detalle –por mencionar un solo tipo de video- sobre una producción determinada, ofreciendo un espacio para que las personas intercambien opiniones. Esto acaba formando comunidades en línea, que, al fin y al cabo, son las responsables de dictar sentencia sobre el metraje en cuestión.
Cine y redes sociales son dos caras de una moneda que define cómo contar una historia. Cada pieza individual con su propio ritmo, busca, como mínimo, despertar determinadas emociones en quien las admire. Quizás haga falta recordar que hacen falta algo más de 15 segundos para mirar una película y que en teoría se aprecia con más sentidos que únicamente el tacto del dedo deslizando por Instagram. Pero como en todo romance caótico digno de la gran pantalla, internet y cine iluminan el paradigma moderno con luces -que iluminan lo olvidado- y sombras -que mercantilizan masivamente el arte- solo al alcance de un fenómeno que no solo es un medio de entretenimiento: como el amor, también es una pasión. Las historias románticas más icónicas del cine no necesariamente son los cuentos de hadas, sino aquellas que desbordan emociones muchas veces contradictorias, llenas de altibajos y segundas oportunidades. Si se describiera la historia de amor entre las redes sociales y el cine, con sus luces y sombras, seguramente sería apasionante.
termine el artículo y se me acabo el café, pero nunca el cine
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